Creencias

Las Escrituras: En el pasado Dios se reveló a los hombres mediante sueños y profecías. Hoy, Dios se hace conocer solamente mediante la Biblia, la cual fue escrita por hombres santos que fueron inspirados por el Espíritu Santo (2 Timoteo 3:16-17) y por consiguiente no tiene error. La Biblia es la única verdadera Palabra de Dios, donde Él se revela a Sí mismo y a Su obra de salvación, mediante la cual los pecadores, que estaban condenados por sus pecados, se vuelven a Dios para ser perdonados y recibir la vida eterna. En la Biblia hemos recibido todo lo que necesitamos para la vida y la santidad (2 Pedro 1:3), por lo tanto, nos sujetamos a su autoridad en cada una de las áreas de nuestra vida. Específicamente en cuestiones de doctrina y adoración, la Biblia es nuestra autoridad final.

Dios: Creemos en un solo Dios que existe eternamente en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. “y estas tres personas son un solo Dios, las mismas en sustancia, iguales en poder y gloria.” (Catecismo Menor de Westminster, 6)

El Hombre: Dios creó todas las cosas de la nada en el período de seis días. El hombre es la corona de la creación de Dios, siendo hecho en conocimiento, justicia y santidad a la imagen de Dios (Génesis 1:26-27). Dios creó el primer hombre Adán y lo hizo a él y a toda su descendencia responsable de gobernar y cuidar la creación.

La Caída del Hombre: Dios creó al hombre para vivir en Su compañía y en obediencia a Sus mandamientos. Adán y Eva vivieron en comunión con Dios hasta que pecaron contra Él desobedeciendo Sus mandamientos. Toda la humanidad está representada por Adán y está condenada a morir por sus pecados. Cada uno de nosotros ha nacido en pecado (Salmo 51:5), muerto en sus pecados y transgresiones (Efesios 2:1) e incapaz de salvarse a sí mismo del castigo eterno. Pero Dios prometió enviar un Salvador para rescatarnos de nuestros pecados (Génesis 3:15).

Jesús: Creemos en Jesucristo, quien es el eterno Hijo de Dios, quién se hizo hombre y continúa existiendo como una persona por siempre, pero con dos naturalezas distintas – hombre y divinidad. Nació de una virgen, sin pecado, vivió una vida perfecta, murió en una cruz, resucitó y ascendió al cielo donde ahora reina a la derecha del Padre.

El Espíritu Santo: Es una de las tres personas de la Trinidad, igual que el Hijo y el Padre en poder y gloria. Él actuó con el Padre y con el Hijo en la creación del mundo y en todo lo que en él existe (Gen. 1:1-2). Él trabajó de distintas maneras en el Antiguo Testamento, fortaleciendo al pueblo de Dios para servirlo (Jueces 14:9, 1 Samuel 10:10). En Pentecostés, luego de la resurrección de Jesucristo, Él vino con poder sobre los apóstoles capacitándolos para predicar el evangelio y hacer milagros estableciendo la Iglesia primitiva. En nuestra época, tenemos toda la revelación de la palabra de Dios en la Biblia (Hebreos 1:1-2) y no necesitamos milagros, profecía o hablar en lenguas para revelarle al mundo la palabra de Dios. El Espíritu Santo vive en cada creyente y lo guía hacia Jesús, fortaleciéndolo para creer en Dios, entender la Biblia, mostrándole su pecado y obrando en el creyente el amor al Señor con todo su corazón, mente, alma y fuerzas (Deuteronomio 6:5, Mateo 22:37).

La Salvación: Creemos que somos justificados solamente por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo, quién es el único camino a la salvación. A todos los que confían en el Señor Jesús, les es dada la justicia de Cristo (Romanos 4:6, 11) por medio de la fe y sus pecados son puestos en Su cuenta. Él alcanzó la salvación por nosotros, cumpliendo con cada detalle de la ley de Dios tomando nuestro lugar, recibiendo la ira y el castigo de Dios por nuestros pecados.

La Iglesia: Dios sabe que Sus hijos no son lo suficientemente fuertes para sobrevivir aislados en este mundo. Él une a cada cristiano con otros cristianos en Su Iglesia. Comprometerse con la vida de la iglesia no es una opción sino un requerimiento de Dios (Hechos 2:42-47). En la Iglesia lo alabamos todos juntos los domingos, estudiamos la Biblia, oramos unos por otros, atendemos las necesidades de otros, usamos nuestros dones espirituales para ayudar a otros (Romanos 12:6-8), nos animamos unos a otros en amor y obediencia a Dios, nos sujetamos a la disciplina de nuestro Padre (Hebreos 12:7-11) y trabajamos juntos para compartir las buenas nuevas de vida eterna con nuestra comunidad (Mateo 28:18-20).

El Bautismo: El Bautismo es uno de los dos sacramentos de la Iglesia ordenados por Jesucristo (Mateo 28:19). Es el símbolo y sello de la unión con Cristo, de regeneración, perdón de pecados y de compromiso a vivir una vida santa para Dios. Nuestra Iglesia bautiza por medio de aspersión de agua de acuerdo con varias imágenes retratadas en la palabra de Dios (Éxodo 24:8, Números 19:19, Ezequiel 36:25). Aquellos que ponen su fe en Cristo para el perdón de sus pecados y vida eterna, son bautizados. La Biblia también nos enseña que los niños de los creyentes deben ser bautizados (Génesis 17, Hechos 2:38-39, Colosenses 2:11-12), no para salvación sino para apartarlos del mundo como pertenecientes a la Iglesia (1 Corintios 7:14). Bautizamos a nuestros niños creyendo en las promesas de Dios de que un día cambiará sus corazones y los salvará de sus pecados por la fe en Jesucristo.

La Santa Cena: Creemos que el sacramento de la Santa Cena del Señor es un medio de gracia por el cual Dios fortalece la fe de aquellos que participan en una manera digna por fe. Los elementos del pan y el vino representan el cuerpo y la sangre de Cristo, que fueron dados por su pueblo. Si bien el pan y el vino no se transforman en, o contienen ni la sangre ni el cuerpo de Cristo, creemos en la “presencia real” de Cristo en la comunión. Creemos que el sacramento es la participación en el cuerpo y sangre de Cristo, donde los creyentes son elevados a los lugares celestiales donde Cristo está sentado a la diestra del Padre.

La Segunda Venida de Cristo: Creemos que Cristo volverá nuevamente al final de los tiempos a reunir a su pueblo y a traer juicio a sus enemigos. Su segunda venida será pública y todos conocerán Su autoridad y poder. (1 Tesalonicenses 4:16-18; Filipenses 2:9-11).

El Hombre: Dios creó todas las cosas de la nada en el período de seis días. El hombre es la corona de la creación de Dios, siendo hecho en conocimiento, justicia y santidad a la imagen de Dios (Génesis 1:26-27). Dios creó el primer hombre Adán y lo hizo a él y a toda su descendencia responsable de gobernar y cuidar la creación.

La Caída del Hombre: Dios creó al hombre pare vivir en Su compañía y en obediencia a Sus mandamientos. Adán y Eva vivieron en comunión con Dios hasta que pecaron contra Él desobedeciendo Sus mandamientos. Toda la humanidad está representada por Adán y está condenada a morir por sus pecados. Cada uno de nosotros ha nacido en pecado (Salmo 51:5), muerto en sus pecados y transgresiones (Efesios 2:1) e incapaz de salvarse a sí mismo del castigo eterno. Pero Dios prometió enviar un Salvador para rescatarnos de nuestros pecados (Génesis 3:15).

Jesús: Creemos en Jesucristo, quien es el eterno Hijo de Dios, quién se hizo hombre y continúa existiendo como una persona por siempre, pero con dos naturalezas distintas – hombre y divinidad. Nació de una virgen, es sin pecado, vivió una vida perfecta, murió en una cruz, resucitó y ascendió al cielo donde ahora reina a la derecha del Padre.

El Espíritu Santo: Es una de las tres personas de la Trinidad, igual que el Hijo y el Padre en poder y gloria. Él actuó con el Padre y con el Hijo en la creación del mundo y en todo lo que en él existe (Gen. 1:1-2). Él trabajó de distintas maneras en el Antiguo Testamento, fortaleciendo al pueblo de Dios para servirlo (Jueces 14:9, 1Samuel 10:10). En Pentecostés, luego de la resurrección de Jesucristo, Él vino con poder sobre los apóstoles capacitándolos para predicar el evangelio y hacer milagros estableciendo la Iglesia primitiva. En nuestra época, tenemos toda la revelación de la palabra de Dios en la Biblia (Hebreos 1:1-2) y no necesitamos de milagros, profecía o hablar en lenguas para revelarle al mundo la palabra de Dios. El Espíritu Santo vive en cada creyente guiándolo a Jesús, fortaleciéndolo para creer en Dios, entender la Biblia, convencerlo de pecado y amar al Señor con todo su corazón, mente, alma y fuerzas (Deuteronomio 6:5, Mateo 22:37).

La Salvación: Creemos que somos justificados solamente por gracia por medio de la fe en el Señor Jesucristo, quién es el único camino a la salvación. A todos los que confían en el Señor Jesús, les es dada la justicia de Cristo (Romanos 4:6, 11) por medio de la fe y sus pecados son puestos en Su cuenta. Él alcanzó la salvación por nosotros, cumpliendo con cada detalle de la ley de Dios tomando nuestro lugar, recibiendo la ira y el castigo de Dios por nuestros pecados.

La Iglesia: Dios sabe que Sus hijos no son lo suficientemente fuertes para sobrevivir aislados en este mundo. Él une a cada cristiano con otros cristianos en Su Iglesia. Comprometerse con la vida de la iglesia no es una opción sino un requerimiento de Dios (Hechos 2:42-47). En la Iglesia lo alabamos todos juntos los domingos, estudiamos la Biblia, oramos unos por otros, atendemos las necesidades de otros, usamos nuestros dones espirituales para ayudar a otros (Romanos 12:6-8), nos animamos unos a otros en amor y obediencia a Dios, nos sujetamos a la disciplina de nuestro Padre (Hebreos 12:7-11) y trabajamos juntos para compartir las buenas nuevas de vida eterna con nuestra comunidad (Matero 28:18-20).

El Bautismo: El Bautismo es uno de los dos sacramentos de la Iglesia ordenados por Jesucristo (Mateo 28:19). Es el símbolo y sello de la unión con Cristo, de regeneración, perdón de pecados y de compromiso a vivir una vida santa para Dios. Nuestra Iglesia bautiza por medio de aspersión de agua de acuerdo con varias imágenes retratadas en la palabra de Dios (Éxodo 24:8, Números 19:19, Ezequiel 36:25). Aquellos que ponen su fe en Cristo para el perdón de sus pecados y vida eterna, son bautizados. La Biblia también nos enseña que los niños de los creyentes deben ser bautizados (Génesis 17, Hechos 2:38-39, Colosenses 2:11-12), no para salvación sino para apartarlos del mundo como pertenecientes a la Iglesia (1Corintios 7:14). Bautizamos a nuestros niños creyendo en las promesas de Dios de que un día cambiará sus corazones y los salvará de sus pecados por la fe en Jesucristo.

La Santa Cena: Creemos que el sacramento de la Santa Cena del Señor es un medio de gracia por el cual Dios fortalece la fe de aquellos que participan en una manera digna por fe. Los elementos del pan y el vino representan el cuerpo y la sangre de Cristo, que fueron dados por su pueblo. Si bien el pan y el vino no se transforman en, o contienen ni la sangre ni el cuerpo de Cristo, creemos en la “presencia real” de Cristo en la comunión. Creemos que el sacramento es la participación en el cuerpo y sangre de Cristo, donde los creyentes son elevados a los lugares celestiales donde Cristo está sentado a la diestra del Padre.

La Segunda Venida de Cristo: Creemos que Cristo volverá nuevamente al final de los tiempos a reunir a su pueblo y a traer juicio a sus enemigos. Su segunda venida será pública y todos conocerán Su autoridad y poder. (1 Tesalonicenses 4:16-18; Filipenses 2:9-11).